MELISSA O LA PAZ
- · 30 años después, era apenas justo que un padre ausente explicara a su hija las causas que lo llevaron a apartarse de ella tan pronto nació: el magnicidio de Jaime Pardo Leal, símbolo del genocidio perpetrado contra la Unión Patriótica
Por Pabloé.
Bogotá, octubre 11 de 2017.
Hoy es una fecha especial. Hace
exactamente tres décadas me encontraba en Cali conociendo mi retoño
chirriquitito y precioso. Hacía tres semanas habías llegado al mundo, y no
había tenido oportunidad de tenerte entre mis brazos.
Yo había arribado la víspera a la
capital del Valle en virtud de un permiso especial que me habían concedido en
el periódico en mi calidad de padre, primerizo pordemás. Al día siguiente
aproveché para echarle un vistazo al acto de instalación de un encuentro de
jóvenes que se celebraba allí en el Parque de la Caña.
De repente, los animadores de la
tarima principal empezaron a corretear de un lado para el otro, con caras de
angustia y desconsuelo. Cada quien hablaba con el otro al oído y a la vez a los
gritos. Una muchacha empezó a llorar desconsolada, otro pelado se daba golpes
en la cabeza, como maldiciendo al infinito con los puños apretados y los ojos
bañados en lágrimas.
Entonces era un problema mayor a
la simple inasistencia de una agrupación musical o folclórica. Mayor incluso a
la ausencia del orador o invitado principal.
Efectivamente, según lo
informaron por los altavoces, acababan de asesinar en La Mesa, Cundinamarca, al
ex magistrado Jaime Pardo Leal, hijo de una humilde lavandera de ropas de
Ubaque, y quien recién había obtenido la mayor votación de un aspirante
presidencial en Colombia por la izquierda, con 320.000 electores, como
resultado de un fallido proceso de paz durante el gobierno de Belisario Betancur.
La situación era realmente grave.
Esa misma noche entonces emprendí viaje de regreso hacia Bogotá, después de
despedirme de ti con un montón de besos. La última semana de abril del 86,
cuando me estaba viniendo para Bogotá donde me radicaría desde entonces, me
había desplazado hacia Ipiales ya en mi calidad de periodista de planta del
Semanario Voz con la misión de cubrir en su recorrido la primera semana de
campaña presidencial de Jaime Pardo Leal, un hombre enorme y brillante, alegre,
consecuente y honesto, sinceramente extraordinario.
Un par de datos adicionales al anecdotario.
El hombre que me insistió para
que me viniera a la capital y dejara de ser corresponsal ad honoren del
periódico en el suroccidente para hacer parte del cuerpo de redacción de Voz
fue Manuel Cepeda Vargas, padre del hoy senador por el Polo Iván Cepeda Castro.
Foto Pabloé, captada durante la gira promocional de Manuel Cepeda Vargas al Senado en Arauca.
.
Siete años después del asesinato
de Pardo Leal –9 de agosto de 1994– le correspondería el turno a Manuel, quien
había abandonado la dirección del periódico para apostarle al nuevo partido
upecista, consiguiendo primero una curul en la Cámara por Bogotá, y al momento
de su crimen un escaño en el Senado.
Ambos magnicidios fueron urdidos
desde las propias guarniciones militares con el apoyo de las estructuras
paramilitares, según los resultados parciales de las investigaciones judiciales
hasta ahora. De los predeterminadores intelectuales aún no se dice nada.
Simplemente que ese plan de
exterminio colectivo hacía parte estratégica de la llamada eufemísticamente
operación “Baile rojo”, urdida a la postre desde el propio Pentágono y tras la
cual caerían cerca de 5.000 víctimas, de la talla de Pardo Leal y Cepeda
Vargas.
Y una confesión final, amorcito
lindo. El 11 de octubre yo estaba compartiendo mi primer día contigo, y sentí
que tras semejante hecho debía ubicarme en Bogotá, donde tenía mi puesto de
trabajo. Por eso, a mi pesar, tomé la decisión de viajar lo más pronto posible,
vía terrestre. Pero, a decir verdad, ninguno de mis jefes inmediatos se
comunicó conmigo para sentenciarme que dadas las circunstancias se cancelaba mi
licencia de paternidad. Era un problema de conciencia y compromiso político y
social, nada más.
Pues bien, a eso de las 9:00 de
la noche ya había abordado el bus con destino al D.C., cuando me encontré con
un viejo y aguerrido dirigente sindical en el mismo vehículo: Henry Cuenca
Vega, quien por esa época tendría unos 40 años, alto y canoso prematuro.
Militante comunista y por ende de la UP también, como yo.
Cuenca Vega había sido presidente
del sindicato de trabajadores de Cementos Valle en Yumbo, y gracias a su
radical gestión en defensa de los suyos había asumido una responsabilidad mayor
en la federación de trabajadores cementeros en Bogotá. Pero igual que yo, ese
fin de semana se encontraba descansando con su familia, cuando trascendió la
noticia. Y también tomó la decisión de trasladarse a Bogotá para participar de
todas las actividades fúnebres tras el crimen de Pardo Leal.
El 13 de octubre de 1987 en
Bogotá y muchos lugares del país lo que se vivió durante las honras fúnebres de
nuestro candidato presidencial fue un auténtico levantamiento popular con visos
de paro cívico, sin que nadie lo proclamara. Y no sería el primero, porque el
22 de marzo de 1990 sería igualmente asesinado en pleno aeropuerto Eldorado de
Bogotá Bernardo Jaramillo Ossa, también candidato presidencial por este mismo
partido, paradójicamente una congregación partidista tan chirriquitita como tú
en ese momento, cariño mío.
Las paradojas de la tristeza Lo
triste es que mientras nosotros llorábamos el asesinato de Jaime, en la población
cundinamarqués de Pacho y algunos sectores de Medellín y las guarniciones
militares lo celebraban con fajos de billetes, parrandones, tiros y voladores
al aire.
Pero sigamos con nuestra
remembranza. Henry Cuenca, con quien viajé a Bogotá esa noche del 11 de octubre
de 1987 contigo clavada en mi corazón como una espada, para mi sorpresa se
había armado porque "el palo no está pa' cuchara, camarada", dijo
mirándome a los ojos con el ceño fruncido. Y fue asesinado también casi dos
años más tarde, el 30 de julio de 1989 al sur de Bogotá, igual que después
acribillaron a tiros, inerme también, a Manuel Cepeda, mientras se desplazaba
leyendo prensa en su campero por el occidente de la ciudad.
Henry Cuenca Vega.
De esto no vas a encontrar
registros en los medios. A lo sumo, notas aisladas, descontextualizadas. Los
medios colombianos continúan siendo una suerte de “Shakiros” a lo largo de toda
esta etapa: no oyen, ni ven ni dicen mayor cosa de estas realidades, cuando no
es que las disfrazan.
A tal punto que uno de los
prohombres del periodismo en el país, Yamít Amát, al atardecer del 11 de
noviembre de 1988 se atrevió a transmitir por Caracol radio la masacre de
Segovia, Antioquia, entrevistando al comandante policial, quien desde la base
fingía estar siendo atacados por todos los costados, disparando al aire, eso
sí. Ese era el arreglo: mientras los paras arrasaban con 43 sencillos hombres y
mujeres en las calles como escarnio por simpatizar con la Unión Patriótica en
las urnas, los guardianes de la ley y el orden se guardaban en la estación.
Todos. Ni uno solo por fuera, en las calles. Y ninguno de esos uniformados fue
jamás procesado o llamado siquiera a descargos. ¡Y yo hice parte de los
millones de colombianos que escuchó en directo semejante farsa!
Es que mientras tú iniciabas
tránsito por la vida en este pedazo del continente sur de América, a ellos -y
muchísimos más como ellos- los borraron de la faz de la tierra por atreverse a
pensar diferente y acariciar el anhelado sueño de alcanzar la paz, una paz
esquiva ayer como hoy, pese a la suscripción de nuevos tratados de paz.
A veces pienso, mijita, que a vos
deberíamos haber agregado la Paz en tu nombre. Antes o después de Melissa, no
importa. Porque pese a esa orgía de sangre que se derramó y continúa
esparciendo por todo lado, tú estás aquí con nosotros alumbrando con luz
propia, a veces díscola y hasta rebelde, pero a la vez llena de luz de
esperanzas y creatividad, inteligencia y brillo de vida y amor.
Te amo mucho, nena preciosa. Y ya
no te jodo más con estos recuerdos de viejo cancrético, y preocupaciones por la
suerte incierta de la reconciliación y la paz.
Hermoso testimonio de lo que ha sido la lucha de quienes abogamos desde distintos campos ideológicos por una Colombia mejor.Conocí a Jaime Pardo y a Henry Cuenca.A Jaime,cálido colega de profesión y a Henry condiscípulo de
ResponderEliminarescuela primaria en Cali,luchadores aguerridos y comprometidos con el pueblo.¡Que descansen en paz.¡